viernes, 1 de febrero de 2013

El Aleph

Estaba sentado en mi cama, por la mañana, hacía dos días de la operación y debía encender ya el aparato que me permitiría, por primera vez, oír. No tenía prisa en levantarme, como siempre, podía ver las luces de los coches pasando por mis paredes, ver las paredes aclararse a medida que amanecía, algunas mañanas veía las sombras de las gotas de lluvia resbalando por mi ventana. Pero esa mañana estaba nervioso, fuera todo estaba helado por el frío de esa noche. Todavía no entraba mucha luz, era una mañana oscura, rocé el aparato y lo encendí.
Me mareé cuando oí, cuando mil sonidos llegaron a mi mente. Por un momento pensé que el aparato estaba roto, que lo que oía era una tormenta o un terremoto. Me escondí debajo de la manta y oí un nuevo ruido, poco a poco entendí que era el roce de la manta con mi piel, que gran parte del ruido era de mi respiración, y el bombeo de mi sangre, que oía como tambores. Me volví a quedar dormido, agobiado por las nuevas sensaciones.
Horas después empecé a entender. Oí el agudo choque de una cucharilla en una taza, oí los motores de los coches que pasaban frente a mi ventana, oí moverse las ramas de los árboles con el viento, oí la madera del suelo crujir al levantarme (me puso nervioso oír mis pasos), oí como giraba el pomo de mi puerta mientras la abría, oí un sonido cálido, muy curioso, que no entendí, oí a mi madre decir algo que sólo entendí por signos “¿me oyes, cariño?”, oí su beso en mi mejilla, pero no oí las lágrimas que derramaba contra mi. Oí algo parecido a los motores de los coches, pero estaba en la cocina, descubrí que era la nevera.
Poco a poco, dentro de mí, oí las calles llenas de gente, oí las guitarras, oí los pájaros, oí disparos, oí ríos, oí las olas en la playa, oí a mi abuela coser, oí el viento en las velas de los barcos, oí pelar una naranja, mientras seguía en los brazos de mi madre oí la llamada de la curiosidad. Ahí empezó mi viaje.